FALLECIMIENTO DE CARLOS A. LÓPEZ. En medio de las preocupaciones que suscitaba la actitud del Brasil, y con pronunciados recelos sobre las intenciones acerca de la independencia paraguaya del nuevo gobernante argentino, general Bartolomé Mitre, llegó el fin de Carlos Antonio López. En su lecho de muerte, dio a su hijo Francisco Solano, designado vicepresidente por pliego testamentario conforme a las normas constitucionales, el siguiente consejo: "Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil". Expiró el 10 de setiembre de 1862, dejando al país floreciente, con un poderoso ejército, graves problemas internacionales y un nuevo gobernante ávido de glorias y prestigios para su patria y su persona.
ASCENSIÓN DE FRANCISCO SOLANO LÓPEZ. Un congreso reunido el 16 de octubre de 1862 consagró presidente al general Francisco Solano López. Tenía entonces 36 años de edad. Hubo dudas sobre la legitimidad de su elección, así como conatos para reformar en un sentido liberal la constitución. Severas represalias adoptó Solano López contra sus opositores para significar su ninguna intención de variar el régimen gobernante. Por esos días, el marino español Joaquín Navarro consideró ilusoria la aparente conformidad de las masas, y predijo un "cataclismo social" para un día más o menos lejano, "y será aquel en que este pueblo oprimido adquiera nociones de lo que es y de lo que puede ser". El director del movimiento liberal, padre Fidel Maíz, y muchos ciudadanos importantes fueron a parar a la cárcel acusados de promover "una revolución social, moral y política", que, con la base y palanca del clero, debía obrar "sobre el bello sexo, las masas sencillas de la población, sobre las autoridades de la campaña y del Ejército, y luego refluir sobre las altas clases de la sociedad".
CAMBIOS EN LA ORIENTACIÓN. López tenía conciencia del descontento popular ante el mantenimiento, casi indefinido, del absolutismo sumo sistema de gobierno. Para contrarrestarlo, ideó innovaciones fundamentales en la política del Paraguay con sus dos grandes vecinos. Con la Argentina se propuso poner fin a la no injerencia en los asuntos que se debatían en el Río de la Plata, haciendo asumir al Paraguay un papel arbitral en las disensiones, ya no en las de orden interno, como en 1859, sino en las de carácter internacional. Con el Brasil aspiró a trocar la secular enemistad por una íntima alianza por la vía matrimonial. Concibió el proyecto de proclamarse emperador, desposado con una de las hijas de Pedro II, y con tal respaldo actuar vigorosamente en el concierto internacional. De esta suerte, mediante el boato que daría el Imperio según el modelo de Napoleón III y el prestigio que ganaría el Paraguay con su política de empuje en el Río de la Plata, se neutralizarían o desviarían las corrientes del malestar interno.
EL PROYECTO MONÁRQUICO. La monarquía que pensaba implantar López no era la constitucional ideada por su padre en las postrimerías de su vida, sino la absoluta. Para preparar los espíritus, mandó imprimir el famoso Catecismo del arzobispo San Alberto, destinado a inculcar la idea del origen divino del poder de los reyes y del respeto reverencial a las autoridades. En ese catecismo, que se destinó a las escuelas, se leía: "El Rey no está sujeto, ni su autoridad depende del pueblo mismo sobre quien reina y manda, y decir lo contrario sería decir que la cabeza está sujeta a los pies, el sol a las estrellas y la Suprema inteligencia motriz a los cielos inferiores... La cárcel, el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación, el fuego, el cadalso, el cuchillo y la muerte son penas justamente establecidas contra el vasallo inobediente, díscolo, tumultuario, sedicioso, infiel y traidor a su Soberano, quien no en vano, como dice el Apóstol, llevaba espada”.
CORRESPONDENCIA CON MITRE. El general Bartolomé Mitre que, con diferencia de días, había asumido la presidencia de la Argentina, manifestó, desde su vocero "La Nación Argentina", desagrado por la prédica de una guerra de liberación para salvar al Paraguay "de una tercera generación de tiranos", que venían haciendo los demás diarios de Buenos Aires. Y poco tiempo después buscó contactos amistosos con vistas a la solución del pleito de límites y al entendimiento entre los dos países. Con este motivo, se entabló correspondencia entre ambos presidentes, conviniéndose en radicar en Asunción las negociaciones oficiales para acordar las fronteras, pues López manifestó que no podía desprenderse de los pocos hombres capaces del país. Súbitamente, esta nueva atmósfera cordial se enturbió como resultado de los sucesos en la República Oriental y las maniobras del gobierno de Montevideo.
LOS SUCESOS ORIENTALES. En abril de 1863, el general Venancio Flores inició en el Uruguay una revolución con la ayuda y las simpatías del partido gobernante en Buenos Aires. El presidente oriental, Bernardo Berro, envió a Octavio Lapido a Asunción para denunciar que el gobierno de Mitre apoyaba el movimiento revolucionario con vistas a la reconstrucción del Virreinato y para gestionar una alianza paraguayo-uruguaya a fin de contrarrestar ese plan. Se alegó, como prueba de las intenciones argentinas, una nota del canciller Rufino de Elizalde al ministro peruano Seoane, donde se declaró, entre los objetivos de la nueva política argentina, “la reconstrucción de las nacionalidades americanas que imprudentemente se habían subdividido" y la campaña que sobre esa idea hizo simultáneamente el vocero oficial "La Nación Argentina". López dio poco o ningún crédito a la imputación.
Tampoco quiso aceptar compromisos con el gobierno oriental, que decía estar apoyado por el general Urquiza. Pero vio en el episodio la ocasión para iniciar la nueva política externa del Paraguay.
LA DOCTRINA DEC EQUILIBRIO. El gobierno paraguayo declaró de interés nacional el mantenimiento del equilibrio del Río de la Plata y que la anexión de la República Oriental por la Argentina, denunciada por Montevideo, rompería ese equilibrio con peligro para la propia independencia del Paraguay. En consecuencia, el 6 de setiembre de 1863, el canciller José Berges solicitó al gobierno argentino explicaciones sobre los hechos que se le imputaban. El Paraguay no avaló la denuncia oriental, sino que halló ocasión en ella para reivindicar el derecho de intervenir en los asuntos del Río de la Plata, de que hasta entonces se había apartado cuidadosamente. Para el efecto, trasplantó la vieja doctrina del equilibrio, a la que se debía el orden europeo desde el tratado de Wetsfalia, y que por entonces tenía un vigoroso mantenedor en Napoleón III. Solano López soñaba con desempeñar, tal como intentaba hacerlo en Europa el emperador francés, el papel de árbitro de la paz y sostenedor del statu quo en el Río de la Plata.
LA TUTORÍA DEL RÍO DE LA PLATA. Fue parte para que López asumiera esta posición el elevado concepto que tenía de sus condiciones personales y del poderío del Paraguay, que le habilitaban, a su juicio, para ejercer una especie de tutoría internacional, sin embanderarse con los países ni los sectores políticos. Los diplomáticos uruguayos, fracasados en su intento de arrastrarlo a su causa, se dedicaron a alimentar el orgullo y amor propio de López, presentándole como al único capaz de tener a raya a la Argentina y al Brasil en sus pretensiones hegemónicas, y aun de presidir una nueva remodelación de los pueblos del Río de la Plata. López no puso oído sordo a estas adulaciones y consideró que su dignidad y la del Paraguay quedarían gravemente lesionadas si no se le reconocía el derecho de actuar en alto nivel en la política del Río de la Plata.
NEGATIVAS ARGENTINAS. La actitud paraguaya ocasionó alarmas en Buenos Aires. Los gubernistas uruguayos propalaron la versión de un entendimiento entre Montevideo, Asunción y el general Urquiza, con la mira de trastornar el orden imperante después de Pavón. Aunque Mitre no dio crédito a esta versión, no estaba dispuesto a abrir al Paraguay las puertas de la política del Río de la Plata, donde la presencia de este nuevo factor, en vez de consolidar el equilibrio como lo quería López, podía alterarlo profundamente, tanto en las relaciones internacionales como en las internas, trabajosamente mantenidas gracias al inestable acuerdo personal con Urquiza. Las explicaciones solicitadas no fueron otorgadas, ni aun cuando López destacó al Tacuarí, buque insignia de la escuadrilla paraguaya, para recabarlas. López decidió prescindir de los informes pedidos y atender solo a sus propias inspiraciones sobre el alcance de los hechos que pudieran comprometer la independencia oriental. Así lo comunicó Berges a su colega Elizalde el 6 de febrero de 1864.
DISPUESTO A TODO. La correspondencia oficial y confidencial entre ambos gobiernos quedó interrumpida. El encargado de negocios del Uruguay informó a Montevideo que los paraguayos estaban dispuestos a todo, incluso a desembarcar diez mil hombres en Buenos Aires. Berges lamentó la posibilidad de turbar la paz de medio siglo con la Argentina, y consideró que era necesaria la guerra algunas veces, "mucho más cuando se falta al respeto debido a nuestro Gobierno y se hiere la dignidad nacional”, según expresó al agente paraguayo en Buenos Aires. Pero aclaró que toda la controversia se reducía a la falta de contestación a los pedidos de explicaciones. Cualquiera que fuese ella, el Paraguay quedaría satisfecho. Lo que le importaba era el reconocimiento de su derecho a actuar, si no por encima, por lo menos al par que las otras naciones del Río de la Plata.
PRIMEROS PREPARATIVOS. Un gran campamento fue organizado en Cerro León y pronto estuvieron reunidos 30.000 reclutas. Cándido Bareiro fue destacado en marzo de 1864 a Europa con la misión de adquirir acorazados y armas modernas, pues el ejército paraguayo, aunque numeroso y bien disciplinado, estaba vetustamente equipado; la marina no contaba sino con un buque de guerra, el Tacuarí, que no era acorazado. López creyó que el menosprecio con que Mitre se negó a admitir la tercería paraguaya se debía al conocimiento del verdadero estado militar del Paraguay y se propuso habilitar al país para alzar su voz con mayor éxito en el concierto del Río de la Plata.
LA OPINIÓN PÚBLICA. El pueblo paraguayo intuyó el agravamiento de la situación internacional al ser convocado bajo banderas. Hasta entonces "El Semanario" había guardado silencio. Cuando se expidió, no hubo modo de debatir públicamente, o de cualquier otro modo, los problemas exteriores. Dentro del régimen estatal, todo pendía del juicio del Presidente. Sin prensa, parlamento ni tribuna, las premisas sobre las que se basaba su nueva política no podían someterse al análisis de la opinión pública. Tampoco cabía investigar si el país se hallaba en condiciones de afrontar un conflicto bélico, si poseía armamento apto y suficiente, y si diplomáticamente su posición era buena en América. A nadie le estaba permitida la menor crítica, ni siquiera formular sugestiones. López centralizó en sí todas las responsabilidades.
EJÉRCITO Y DIPLOMACIA. Dos décadas de absoluto predominio en la organización militar y todos los recursos nacionales a disposición del ejército habían hecho de éste una masa numerosa, disciplinada, pero equipada con armas vetustas, muchas verdaderamente anacrónicas ya, radiadas de los demás ejércitos del mundo. Tales fuerzas, bastantes para mantener el orden interno, eran notoriamente insuficientes para respaldar la nueva política y afrontar sus riesgos, que iban a superponerse a los que ya entrañaban las irresueltas cuestiones de frontera con el Brasil y la Argentina. Y si el Paraguay carecía de verdadero ejército, no eran menores sus deficiencias diplomáticas. En este orden, el vacío era completo. No estaban provistas las legaciones en Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo. El cuerpo exterior del Paraguay se reducía a un encargado de negocios en Francia e Inglaterra.
INTERVENCIÓN BRASILEÑA. La situación en el Río de la Plata se complicó con la determinación del Imperio del Brasil de intervenir en el conflicto uruguayo, adoptada en abril de 1864, después de agitados debates parlamentarios, con el pretexto de acudir en auxilio de los brasileños damnificados por la guerra civil y obtener satisfacciones por los daños recibidos y seguridades para el porvenir. Hasta entonces el Imperio se había mantenido indiferente a las solicitaciones del gobierno uruguayo que, así como al Paraguay, denunció ante la corte imperial los propósitos anexionistas de Buenos Aires, contrarios a los tratados de que el Brasil era garante. La tradicional política brasileña impulsó el cambio de orientación, y no con vistas a patrocinar la causa de Montevideo, sino para hacerse presente en el Río de la Plata como factor preponderante que siempre había sido.
LA MISIÓN SARAIVA. El agente enviado por el Imperio, José Antonio Saraiva, con el apoyo de fuerzas concentradas en la frontera y de una escuadra comandada por el vicealmirante Tamandaré, debía exigir la satisfacción de las reclamaciones brasileñas con la amenaza de tomarlas en sus propias manos en caso de denegación. Buscó, desde el primer momento, un acuerdo con Mitre, a quien encontró renuente a concertar una alianza militar para imponer la paz en la República Oriental, como propuso el emisario imperial, pero dispuesto a dejar al Imperio campo libre para obtener sus reclamaciones toda vez que respetara la independencia oriental. Los recelos que concitó en Buenos Aires la intervención brasileña quedaron disipados.
VÁZQUEZ SAGASTUME. En mayo de 1864, el gobierno de Montevideo destacó a Asunción a José Vázquez Sagastume para persuadir a López de que era patente el concierto argentino-brasileño contra la independencia del Uruguay y del Paraguay, y para solicitar la interposición armada del Paraguay en resguardo de sus propios intereses. A López no le convenció mucho la nueva denuncia, y aún con la esperanza de una respuesta favorable del Emperador a sus planes matrimoniales, ofreció amistosamente su mediación entre el Brasil y el Uruguay. Vázquez Sagastume, sin instrucciones de su gobierno, la solicitó, persuadido de que la mediación sería rechazada por el Brasil, con lo que le inferiría al Paraguay la ofensa necesaria para lanzarlo a intervenir en el Uruguay. Lo que no previó fue que su propio gobierno, al igual que el Brasil, rechazaría la mediación. La irritación de López se extendió a sus presuntos protegidos, los blancos uruguayos.
PUNTAS DEL ROSARIO. En esos momentos, como resultado de la triple mediación emprendida por el canciller argentino, Rufino de Elizalde, el ministro británico Edward Thornton y el mismo enviado Saraiva, en Puntas del Rosario parecieron resueltas las dificultades originadas por el pleito oriental, mediante la paz entre Flores y el gobierno de Montevideo. Allí también se trató la amenaza de una alianza entre el Paraguay, Urquiza y el partido blanco del Uruguay, y al margen de las negociaciones, Elizalde, Saraiva y Flores echaron las bases de una triple alianza para contrarrestar ese peligro que todos creían inevitable, ignorantes de que López había rechazado todas las propuestas de los blancos y los consejos de Urquiza.
ANTONIO DE LAS CARRERAS. El arreglo de paz de Puntas del Rosario no cristalizó y se reanudaron las hostilidades. El gobierno uruguayo volvió a poner sus esperanzas en el Paraguay, hasta donde envió al enérgico Antonio de las Carreras, quien denunció supuestos manejos del Brasil y Buenos Aires para repartirse el Uruguay y el Paraguay, y solicitó, una vez más, la cooperación militar y financiera del gobierno paraguayo, que contaría con el apoyo de Entre Ríos y Corrientes si se decidía a lanzar el guante. López apenas le quiso escuchar, y Carreras regresó a Montevideo persuadido de que solo un cambio de gobierno en el Uruguay, para eliminar de él a los políticos que habían desairado a López, movería a éste a abandonar sus indecisiones y a abrazar la causa oriental.
ULTIMÁTUM BRASILEÑO. Puesto de acuerdo con Mitre, el enviado Saraiva dirigió el 4 de agosto de 1864 un ultimátum al gobierno oriental para que perentoriamente aceptara las reclamaciones del Imperio, con la amenaza de invadir el territorio oriental en el caso de que las satisfacciones fueran denegadas. Con la noticia del ultimátum, se supo en Asunción que la proposición matrimonial había sido definitivamente rechazada por el Emperador y que las dos infantas contraerían enlace con príncipes europeos. Esto vino a colmar las amarguras de López. No solamente se le negaba el acceso a la política del Río de la Plata, sino que se le menospreciaba personalmente. Era mucho más de lo que el gobernante paraguayo podía soportar. Decidió llevarlo todo por delante.
LA PROTESTA PARAGUAYA. Aunque rehusando, una vez más, las clamorosas solicitaciones del gobierno de Montevideo para concertar una alianza, el 30 de agosto de 1864 el gobierno paraguayo dirigió al del Imperio una protesta por el ultimátum del 4 de agosto, con la declaración de que cualquier ocupación del territorio uruguayo por fuerzas imperiales sería considerada atentatoria contra el equilibrio de los Estados del Plata, descargándose de toda responsabilidad por las ulterioridades de esta declaración. Ante una manifestación popular, López proclamó que el Paraguay recurriría a la guerra si el Imperio no atendía su protesta y ocupaba siquiera una porción del territorio oriental. Y para que no se creyera que su actitud obedecía a un acuerdo con Montevideo, el Paraguay reveló y repudió, en una "nota conmemorativa" de la misma fecha, los manejos confidenciales del Uruguay para arrastrarlo a la guerra, así como sus inconsecuencias y contradicciones.
MOTIVOS DE LA ACTITUD PARAGUAYA. Más que las denuncias orientales sobre la supuesta connivencia argentino-brasileña contra la independencia nacional, movieron al general López para plantarse frente al Brasil los reclamos de su orgullo ofendido por el rechazo de su propuesta matrimonial, en que vio una muestra más del desprecio en que se tenía al Paraguay en el concierto internacional. Dijo en una manifestación pública: "El Paraguay no debe aceptar por más tiempo la prescindencia que siempre se ha hecho de su concurso al agitarse en los Estados vecinos cuestiones internacionales que han influido más o menos directamente en menoscabo de sus más caros derechos [...]. Tal vez sea la ocasión de mostrar lo que realmente somos, y el rango en que por nuestra fuerza y progreso debemos ocupar entre las Repúblicas sudamericanas". A López le fascinaba la idea de hacer la guerra para llamar la atención del mundo y ganarse el respeto de las naciones poderosas, que en tan poca consideración tenían al Paraguay.
LA POSICIÓN ARGENTINA. La actitud del gobierno de Mitre era de entera simpatía hacia la posición del Brasil. Un acuerdo de "entente" había sido firmado el 22 de agosto de 1864, por el cual ambos países se comprometieron a ayudarse para el arreglo de sus cuestiones con el gobierno oriental. La prensa de Buenos Aires abogó porque ese acuerdo se extendiera a la cuestión paraguaya y satirizó la pretensión de López de erigirse en juez del equilibrio del Río de la Plata. Pero el Brasil no gozaba de simpatías en las provincias. Urquiza instó a López a que, no cejara en su Protesta y le prometió su apoyo. López le hizo decir que le ayudaría en cualquier pronunciamiento contra el gobierno de Mitre, aun cuando fuera para revivir la Confederación de las 13 provincias o para crear un Estado independiente con Entre Ríos y Corrientes.
.
.
Fuente: BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY. Autor: EFRAÍM CARDOZO. Editorial Servilibro, Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ. Asunción-Paraguay, 2007. 177 pp.
No hay comentarios:
Publicar un comentario