TUYUTÍ
3 DE NOVIEMBRE DE 1867
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TUYUTÍ
3 DE NOVIEMBRE DE 1867
LA PATRIA, ASUNCIÓN, 3 DE NOVIEMBRE DE 1902.
I
Otra vez Tuyutí.
Dos veces estremeció el arrojo del pueblo paraguayo aquella histórica posición, donde la Alianza levantara el más formidable de sus baluartes.
El 24 de Mayo de 1866 los esteros y las lomadas de Tuyutí se enrojecieron en la sangre de nuestros bravos que, en un arrebato de su desesperación patriótica, fueron a quemar sus carnes en la boca de los cañones enemigos, que furiosamente golpeaban con sus machetes, u oprimían con sus brazos escuálidos, como queriendo realizar el imposible de pulverizarlos.
Desde aquel día de eterna gloria, en que sobre ese pedazo de nuestra tierra se libró la más grande batalla campal que haya presenciado la América, se reproduce lúgubremente, en los pesados días de tormenta, la lucha encarnizada, lucha fantástica en que seres invisibles se chocan y se entreveran, produciendo extraños ruidos, entre el interminable cañoneo, mezclado a los hurras del vencedor y las imprecaciones del vencido.
A la clara luz del relámpago, bajo el palio de las nubes negras, y mientras de las roncas gargantas del trueno brotan las mil voces de la tempestad, se escucha el himno patrio, como una doliente elegía, cruzar gimiendo el sagrado barro de los inmensos pantanos, donde corriera, formando arroyos, la sangre de una generación extinguida en las batallas, de una generación que cuando creía llegada la hora para ella de justicia, escucha el oprobioso anatema de los que se dicen sus hijos, de los que se enorgullecen sin embargo con la partícula de sangre que heredaron de los que hicieron de la patria un culto, y del heroísmo una religión.
Tuyutí es una página: está repleta de inscripciones extrañas para las almas egoístas, indescifrables para los quedan las espaldas al pasado y fingiendo preocuparse del porvenir, se apresuran a asegurar el presente, cediendo a la voz imperiosa de la materia, mil veces más poderosa, para algunos, que la voz del corazón que hizo del lobo el hombre, y que la voz de la conciencia que transformó la fuerza en derecho y la barbarie en el respeto mutuo. Página escrita en horas de sacrificio, que debemos recordar todos los días, en los de prosperidad y en los de desgracia, si queremos ser dignos de lo que somos en la historia del mundo, y si aspiramos a ser lo que debemos ser en los días oscuros del porvenir.
Esa página de sangre es uno de los títulos que nos dan derecho a ese calificativo de "gran nación" que acaba de darnos un oriental ilustre, admirador de nuestras glorias y justiciero defensor de nuestra causa.
Más de siete lustros han pasado, desde aquellos días de martirio, en que Tuyutí oprimido por los brazos de los esteros dilatados, parecía una víctima clavada sobre el suelo, cuyas carnes volaran en pedazos, ametralladas, lanceadas, calcinadas, entre la espesa humareda y el vaho de la sangre humana, caliente o putrefacta; más de siete lustros han pasado, y ahí está sumido en el silencio más espantoso; silencio aterrador pero sublime, que evoca toda la chispeante historia de una raza de semidioses de la guerra que, tratando de escalar el Olimpo donde dormía la Libertad y el Derecho hollados de la patria, fueron más allá, se sentaron al lado de Júpiter, en el trono de la inmortalidad, después de la extraña lidia en que derrocharan su valor sobrehumano, combatiendo legiones de serpientes y ejércitos interminables de chacales!
El Bellaco está dormido: en sus brazos duerme Tuyutí. Sólo despierta al conjuro del huracán o al conjuro de la historia. A una u otra voz despierta para convertir en un recuerdo cada grano de la arena de su suelo.
Tuyutí es un escudo abandonado en los días azarosos de sacrificio. Era de hierro, fundido en la fragua del patriotismo: tras él esperó el Paraguay, sereno y tranquilo, el bárbaro empuje de los rebaños de don Pedro, el monarca y de Mitre, el compañero del monarca. Cayó de nuestros brazos cuando ya no podíamos sostenerlo, cuando nos faltaba sangre en las arterias, aun cuando siguiera sobrándonos fuego en el corazón.
Allí lo dejamos, abandonado. El último paraguayo que cruzó el último paso del Bellaco, vertió sobre él la lágrima postrera; y aquella lágrima se perdió en el sangriento reguero que iba dejando a su paso el destrozado ejército del mariscal.
Después fue el escudo de la Alianza. Pero se hizo poco fuerte en las manos del enemigo.
Un 24 de Mayo y un 3 de Noviembre Tuyutí sintió sobre su faz caldeada correr torrentes de sangre: sangre paraguaya y sangre del invasor. Un sol brillante del medio día, primero, y una diáfana aurora, después, alumbraron el cuadro épico de los dos asaltos, grandiosos en su serenidad, en que Tuyutí, se estremeció de nuevo, siquiera sea por un momento, bajo la planta vengadora de su antiguo señor...
Después del 24 de Mayo soñamos todavía en el triunfo.
Curupayty restañó la sangre del inmenso sacrificio.
Después del 3 de Noviembre ya no hubo esperanzas: el desastre había extendido sus alas sobre la patria. Al cabo de un largo chisporroteo de heroicidades, soberanas pero estériles, llegamos a Cerro-Corá -el calvario-, donde la crucifixión se consuma, y de nuestra grandeza no queda sino un recuerdo.
Pero es bueno que no olvidemos que el asalto e incendio de Tuyutí fue también el último desastre sufrido por la Alianza bajo la funesta dirección de Bartolomé Mitre.
Dos meses después se retiró, para siempre, del teatro de la guerra, agobiado por la más grande desilusión, sin cumplir su famosa promesa TRES MESES, y después de haber enterrado, mil veces, en el Bellaco, los laureles de Pavón, y su enflautada fama de insigne militar.
Tuyutí fue la despedida.
II
Ya dijimos, en trabajos anteriormente publicados, que después de Curupayty, los Aliados durmieron el sueño de una inacción completa, de más de un año.
El famoso Mitre, el estratégico sin rival, "héroe del pasaje del Paraná", de acuerdo con profundos estudios matemáticos, ordenó el asalto de las trincheras de Díaz, siendo feamente derrotado, después de porfiada lucha, en que hizo lujo de lo mismo que tanto critican a López los argentinos, como Garmendia, y el infinito número de mortales adoradores del éxito.
En Curupayty enterró la flor del ejército argentino, pero enterró también su buen nombre de militar. Con razón los historiadores brasileños se burlan cruelmente, desde entonces, de la gran sabiduría del que se cree el director único de todos los verdaderos planes estratégicos, combinados más tarde, por militares talentosos, como Caxias, y valientes, como Osorio y Porto Alegre. Mitre se marchó a Buenos Aires a engañar a sus porteños, y Caxias, al frente del ejército aliado, rompió la inacción asaz prolongada, efectuando la marcha estratégica envolvente de Tuyutí a Tuyucué. El generalísimo volvió para presenciar la feliz operación del brasileño. La envidia volvió entonces a morderle, como después de Curuzú. Sus aduladores, y los anotadores de Thompson, inspirados, indiscutiblemente, por él, dicen que Caxias no hizo sino poner en práctica los planes que el jefe argentino le enviara, en carta cerrada, desde Buenos Aires. A esta pretensión de Mitre contestan el capitán Madureira y otros historiadores brasileños en párrafos de notable mordacidad, que, por puesto, dejan muy mal parado al generalísimo. Y con razón se sulfuran los brasileños, ante tales pretensiones del que sólo sirvió para aconsejar empresas descabelladas, como el asalto de Curupayty. A ser esto cierto resultaría que Caxias, a quien todos tenemos por excelente militar, no era sino un instrumento, un militarote, más o menos afortunado al poner en práctica los movimientos ordenados por otros.
Pero continuemos.
Una vez fortificado en Tuyucué, Caxias fue haciendo ocupar sucesivamente a San Solano y a Pare-cué, al Norte de Humaitá.
La guerra puesta en práctica por los Aliados era la guerra de sitio. Lástima que a ella el mariscal no opusiera la guerra de montonera, guerra interminable en países como el Paraguay. El mariscal se equivocó, de manera lamentable, exponiendo a su ejército ora en batallas campales, ora en encuentros desiguales, en que, si nos cubríamos de gloria por nuestro heroísmo, éramos destrozados, aniquilados, en momentos en que la muerte de un soldado era una pérdida imposible de reparar.
De acuerdo con el sistema de guerra que seguían, todo el anhelo de la Alianza era hacer abandonar a López sus posiciones de Paso Pucú, para encerrarlo en Humaitá y allí rendirlo por hambre.
La situación del mariscal se hacía cada vez más aflictiva, a pesar de lo cual parecía que éste no pensaba salir de aquel cuadrilátero, testigo de las más grandes derrotas y de los más grandes triunfos de nuestras armas. El ejército paraguayo era ya reducidísimo. La línea sumamente larga de fortificaciones tenía que ser necesariamente mal defendida. Seguramente no hubiésemos resistido a un ataque general en toda nuestra línea. Felizmente el enemigo pecaba por extremada prudencia. Caxias se contentó con cerrar poco a poco el círculo, obligando a tomar una resolución al mariscal. Lo que a éste mucho alarmó fue la presencia del enemigo hacia el Norte de Humaitá, en las cercanías del Arroyo Hondo. Por allí venía la vida al pobre ejército paraguayo, en forma de ganado y otras provisiones de boca.
Los aliados muy pronto se dieron cuenta de la importancia de ocupar aquellos lugares, principalmente el Boquerón del Potrero Obella, y Tayí, sobre la barranca del río, al Norte de Humaitá. La toma de estos dos lugares, débilmente defendidos por los paraguayos, costó mucha sangre.
Entre Tayí y Humaitá se extendía un inmenso pantanal, a través del cual cruzaban algunos caminos, que ponían en comunicación a esta última villa con Pilar. Había, además, en el mismo prolongado pantano algunos potreros, pequeños círculos de terreno seco, llevando todos ellos el nombre de Potrero Obella. Estos potreros estaban rodeados de espesa arboleda, donde el mariscal ocultaba su ganado. Más tarde, en presencia l de la actitud amenazadora del enemigo por aquel lado, el Boquerón interior del Potrero Obella fue fortificado y defendido por 300 hombres al mando del capitán José González.
Entre Tayí y Obella estaba El Laurel donde había una batería de 14 piezas y una guarnición de 600 hombres, a las ordenes del mayor Franco. El Laurel era la guardia avanzada del potrero, es decir, era lo que fue Curuzú para Curupayty.
Por fin los brasileños se pusieron en movimiento hacia el Potrero Obella, con ánimo de completar el sitio. El general Juan Mena Barreto, uno de los más bizarros jefes enemigos, muerto en el asalto de Piribebuy, al frente de 5.000 hombres, marchó sobre la pequeña trinchera defendida a por los 300 del capitán González. El jefe brasileño traía gente de las tres armas. Así como estuvo a tiro de cañón de la trinchera empezó el bombardeo, siguiendo a éste el asalto de la infantería y de la caballería desmontada.
Los 300 paraguayos esperaron el asalto sin inmutarse. Tres veces fue rechazado el enemigo por aquel puñado de héroes, al cabo de los cuales González, con el resto de la destrozada guarnición, se retiró, en silencio, sin que el enemigo se apercibiera, al verse flanqueado por tres batallones de infantería, al mando de Deodoro da Fonseca, Hermes da Fonseca y Lima Silva. Los brasileños fusilados por los cañones de González al penetrar en el Boquerón, habían quedado completamente aturdidos, a tal punto que, abandonada ya la trinchera por los paraguayos, seguían peleando, bajo el fuego de los cañones de su propia artillería, sin atinar a comprender que lo que estaban aniquilando no eran paraguayos, sino montones de arena y trozos de árboles desparramados. ¡Aquello fue un verdadero sainete! Llegaron a la trinchera y con el orgullo del jefe árabe que en la ribera del mar exclamara, dirigiéndose a su Dios, que él era testigo de que si no llevaba adelante su conquista, era porque faltaba tierra a su valor, golpearon con sus machetes los muros acribillados a balazos, como también diciendo que no seguían peleando porque faltaban enemigos que vencer!
Mena Barreto se paseó ufano sobre la trinchera donde gallardamente flameaba la bandera del Brasil. Había vencido, al frente de 5.000 leones, a los 300 soldados del capitán González: ¡oh, gloria inmarcesible!
Al otro día avanzó hacia Tayí, hasta entonces completamente indefenso. Llegó a la barranca del río sin ser molestado, pero visto por los vaporcitos paraguayos que por allí cruzaban continuamente, se vio obligado a retirarse, después de mutuo bombardeo.
El enemigo había, pues, llegado a Tayí: el sitio estaba completo. Desde Curuzú hasta esta posición se extendía la larga línea de sitiadores. La comunicación estaba cortada por el río, pues nuestros pequeños vapores no podrían resistir a la artillería enemiga, si conseguía fortificarse sobre la barranca.
El mariscal vio todo esto claramente. Había que tratar de impedir que Tayí fuera ocupada definitivamente por el enemigo.
El ingeniero Thompson partió de Humaitá el lº de Noviembre, con el objeto de levantar una trinchera en Tayí. Llevó consigo al batallón N° 9, al mando del capitán Ríos y tres piezas de artillería, siendo el jefe de esta pequeña fuerza el Ayudante del Mariscal, mayor Villamayor.
Inmediatamente se levantó la trinchera, trabajándose durante toda esa noche, sin descanso. Pero antes de que se terminara la obra les llevó Mena Barreto un formidable ataque. Villamayor retiró su gente bajo la barranca, desde donde se resistió heroicamente. Pero toda resistencia era inútil. Los brasileños avanzaron lentamente, como una arrolladora avalancha. Y cuando llegaron al borde de la barranca comenzó la lucha a arma blanca en la que los paraguayos eran diestrísimos. En aquel sangriento duelo pereció el valiente Villamayor y casi todos sus soldados. Ríos, herido gravemente, pudo escaparse, llegando arrastrándose a El Laurel.
Durante la desigual lucha, tres de nuestros vapores se batieron con la artillería enemiga mandada por el capitán José Tomás Teodosio Gonçalves. El Olimpo y el 25 de Mayo fueron abismados, consiguiendo escaparse el Yporá.
Después de esto los brasileños se fortificaron en Tayí. Una batería de 14 piezas y 6.000 soldados guarnecieron aquella posición. Es original lo que dice Madureira, comentando estas felices operaciones de Mena Barreto. Afirma que recién después de la toma de Tayí era posible el pasaje de Humaitá por la escuadra brasileña.
"Sin una posición nuestra en la margen del río Paraguay, (al Norte de Humaitá) era imposible, dice, el pasaje de Humaitá". No llegamos a comprender el por qué de esta imposibilidad. El pasaje de Curupayty se encarga de desmentir al historiador brasileño. El pasaje no era sólo posible, era además sumamente fácil. Lo que le faltaba a los marinos brasileños era un pequeña dosis de arrojo y nada más.
"Preguntamos ahora a nuestros amigos de Buenos Aires, continúa diciendo Madureira: ¿quién concibió, quien dirigió todas las brillantes operaciones que acabamos de narrar, después de nuestra llegada a Tuyucué?
"¿Fue su predilecto general don Bartolomé Mitre?
"Limitóse aquel general en jefe, que no siempre fue consultado, podemos aquí aseverarlo, a aprobar bongré, malgré, lo que hacía el Marqués de Caxias, tan feliz en todo cuanto emprendía...
"Qué mejor prueba queremos de que el general argentino nada influyó en esas operaciones, que el hecho de haber sido ejecutadas por tropas brasileñas exclusivamente. Era natural que hiciese tomar parte a sus soldados en los movimientos que imaginase y ordenase, siquiera sea para mostrarse convencido, seguro, de las ventajas a recogerse". Creemos que en esto Madureira está en la verdad.
Después de la toma de Obella y de Tayí el mariscal estaba, pues, acorralado. Todo hacía creer que no había escapatoria para los paraguayos. Sólo faltaba que Ignacio tuviera el valor de forzar a Humaitá. Veamos lo que López lizo en este crítico momento, en que todos le creían perdido, desahuciado, enfurecido ante la adversidad. Esto constituye el objeto del Recuerdo de este día.
III
Más de dos años hacía que los aliados eran dueños y señores de Tuyutí. Durante todo ese largo espacio de tiempo no cesaron un solo momento las obras de fortificación.
"Las posiciones ocupadas por el ejército aliado en Tuyutí, dice Garmendia, acusaban el perfecto aprovechamiento de las ventajas proporcionadas por un terreno variado: de accesos difíciles para tomar la ofensiva sobre un enemigo encastillado detrás de un gran campo atrincherado, con defensas naturales de primer orden como eran los profundos esteros que costeaban aquellas prolongadas líneas". Todo hacía creer que aquel campo fortificado, erizado de cañones, guarnecido por trece milhombres, estaba completamente a salvo de cualquier ataque.
Los enemigos, al menos, así lo creían. Mientras los paraguayos, en defensa del terruño, se morían de hambre, el ejército de la civilización, que dice José Ignacio Garmendia, nadaba en la abundancia, pasaba sus días entregado a plácidas digestiones dentro de sus muros, donde todo sobraba, desde el vino de la mejor calidad, hasta las prostitutas de alto copete y bajo precio que hacían las delicias de la soldadesca ebria de contento con tantos y tantos gloriosos triunfos.
El mariscal no creyó, sin embargo, que Tuyutí fuera inexpugnable al valor del soldado paraguayo. Encargó a Thompson le levantara un plano de las fortificaciones. Éste, de acuerdo con los informes de los pasados y de acuerdo con sus propias observaciones, muy pronto dio cumplimiento a la obra encomendádale por López.
Después de la toma de Tayí ya era inútil pensar en sostener la línea de Paso Pucú, máxime cuando de un momento a otro la escuadra podría ponerse en movimiento empeorando aún más la situación.
López estaba resuelto a abandonar el cuadrilátero. Hacía meses que pensaba en la línea del Tebicuary, donde ya había enviado algunos piquetes que reconocieran el terreno.
Antes de salir resolvió lanzara sus soldados en una de esas empresas osadísimas, a las que era tan aficionado. E12 de Noviembre por la noche reunió en el cuartel general a los principales jefes del ejército comunicándoles la idea de asaltar el campamento aliado de Tuyutí. No se trataba de apoderarse de aquella posición para quedar en ella. Se trataba sólo de destruirla, hasta donde fuera posible, trayendo todo el material de guerra que se pudiera. Es completamente falso, está desmentido por los sobrevivientes, que el mariscal ordenara el saqueo, o, por lo menos, lo consintiera, como asevera Thompson.
Por otra parte nada de extraño tendría esto, en aquella famosa guerra, y en aquellos días precisamente en que los soldados de la civilización se en fregaban impunemente al saqueo de poblaciones indefensas, como Villa del Pilar, donde todo fue víctima de la rapiña, hasta el templo, lugar que los paraguayos respetaron en Tuyutí, a pesar de la confusión de aquella noche trágica. El ejército aliado fue un ejército siempre ávido de botín. En la Asunción quedan aún rastros y recuerdos de su inaudita rapacidad...
La idea del mariscal fue acogida con marcadas manifestaciones de contento por nuestros jefes.
Hacía ya mucho tiempo que guardábamos una actitud pasiva, contraria a la impetuosidad del carácter paraguayo. Todos creyeron seguro el triunfo. López sintióse satisfecho.
Dio sus últimas órdenes y se despidió de los jefes invitados, quienes en aquella misma noche prepararon el asalto para la madrugada del 3 de Noviembre.
Eran las cuatro de la mañana cuando todo estaba dispuesto.
Dos columnas llevarían el asalto: una de infantería y otra de caballería. La columna de infantería se componía de cuatro brigadas, de cuatro batallones cada una. Manuel Antonio Jiménez, el heroico Calaá, era el comandante de la primera brigada, siendo su segundo el mayor Sebastián Bullo; el comandante Eugenio Lezcano era el jefe de la segunda y el mayor Martín Villalba su segundo, el coronel Luis González y el mayor José Duarte de la tercera; y el mayor Juan Fernández y el mayor Bernardo Olmedo de la cuarta.
La columna de caballería se componía de dos brigadas, de dos regimientos cada una, Bernardino Caballero como primer jefe y el mayor Manuel Montiel como segundo, mandaban la primera brigada; el mayor Valois Rivarola -el jinete alado y fiero como lo llama Juan de Dios Peza- y el mayor Benito Rolón mandaban la segunda.
El general Vicente Barrios, cuñado del mariscal, era el general en jefe de la operación, y segundo el coronel Luis González, el que fuera segundo de Díaz en Curupayty
La infantería debía llevar el ataque por el Paso Chena a la izquierda enemiga. La caballería debía operar por el Bellaco, es decir, por la derecha de Tuyutí, para impedir la retirada de la guarnición hacia Tuyu-cué y para detener todo refuerzo que llegara de esa dirección. El plan estaba bien combinado y se llevó a cabo con toda facilidad.
Pasando por Satí los paraguayos se acercaron sigilosamente a las posiciones enemigas. A las cuatro y media de la mañana se inició el asalto. Cuando el enemigo se apercibió de que llegaban los nuestros, estos se habían ya apoderado del primer reducto, incendiándolo después de tomados sus cañones. Este primer reducto era el que más nos molestaba con sus continuos cañoneos.
Indescriptible es el espanto que se apoderó de los brasileños y de los legionarios de Federico Guillermo Báez. El enemigo fusilado a quemarropa, destrozado a bayonetazos, abandonaba un reducto para esconderse tras el siguiente; de donde salía nuevamente, desesperado, sin tiempo de pelear, acosado por los terribles asaltantes.
El batallón 29 a las órdenes del capitán Bernardo Céspedes, de la primera brigada, era el que iba a la cabeza de la columna paraguaya. Aquel batallón hacía prodigios de un arrojo insuperable, entrando el primero en las fortificaciones, acuchillando al aterrorizado enemigo, incendiando todo cuanto encontraba a su paso, como un huracán de fuego.
Pocos momentos después de iniciado el asalto se declaró el enemigo en precipitada fuga, por el Paso Cidra y por otros pasos, en todas direcciones.
El incendio entretanto devoraba todo.
Porto Alegre, militar valiente y sereno, trataba de sujetar su desmoralizada gente.
Después de reunir parte de los batallones 41, 36, 42 y el 3° de artillería, se encerró en su ciudadela, donde se defendió heroicamente.
La arrolladora masa de soldados paraguayos llegó hasta la ciudadela, sobre cuyos muros Sebastián Bullo después de clavar la enseña de la patria, se paseó orgullosamente, en un arrebato de su suprema osadía. Pocos minutos después caía, con el pecho destrozado, chocando al caer con el asta de la bandera que acababa de clavar en lo más alto de Tuyutí.
Sebastián Bullo no era paraguayo de nacimiento. Era compatriota de Charlone y de Roseti, esos dos leones al servicio de la Alianza.
Su memoria vivirá en los anales guerreros del Paraguay, como una de nuestras glorias más puras.
Su nombre desde ya vive envuelto en la luz de la poesía paraguaya: el joven poeta nacional José I. González le ha dedicado uno de los primores de su infantil inspiración. Mañana recibirá el testimonio del bronce fundido, menos duradero que el suave perfume de la poesía... La caballería, mandada por el después general Caballero, cumplió debidamente su misión, por nuestro flanco izquierdo. Sin ser sentida, y sable en mano, cayó sobre los reductos brasileños, cuya guarnición dormía tranquilamente en aquellos momentos. Nuestros soldados, desmontados, treparon los muros y cayeron sobre los artilleros. Estos tuvieron que levantarse en camisa, dando gritos de espanto, sintiendo sobre sus espaldas el sable paraguayo.
La guarnición arrojó sus armas diciendo que se rendía. Doscientos cincuenta hombres, diez oficiales, dos jefes y los mayores Cunha Mattos y Aranda fueron inmediatamente llevados a Paso Pucú. Junto con ellos cayeron prisioneras las mujeres, en cuyos brazos amorosamente durmieran, poco antes, sin pensar en la suerte que les esperaba.
Después del primer reducto cayeron en nuestro poder otros dos más.
El cañoneo y el fulgor del incendio llegaron hasta Tuyucué, de donde fueron enviados, como socorro, tres regimientos de caballería y la Legión Paraguaya, al mando del general Hornos, y algunas divisiones brasileñas al mando del general Victorino. Toda esta gente se encontró en los pasos del Bellaco con la caballería paraguaya. Más de una hora duró la lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo, entre el refuerzo que llegaba y nuestra caballería. Por fin sonó el clarín anunciando la retirada.
Los paraguayos se reorganizaron y, en buen orden, volvieron a su campamento, después de haber realizado cumplidamente los deseos del mariscal. Tuyutí había sido asaltado, incendiado, destruido; el botín de guerra no pudo ser más rico y variado. El triunfo había sido completo. Tres banderas y 14 piezas de artillería, entre ellas el codiciado Whitworth de a 32, habían caído en nuestro poder; además de esto es incontable el número de objetos transportados a Paso Pucú en carretas, sobre mulas, en todas las formas imaginables. Los almacenes estaban repletos, así es que nuestros soldados escogieron lo que quisieron.
Entre los objetos llevados a López figuraba la valija de correspondencia, recién llegada de Buenos Aires. Por muchos días hizo la delicia del mariscal, la lectura de las cartitas dirigidas a los porteñitos del ejército argentino.
López se sintió sumamente satisfecho con el completo éxito de esta acción.
Lo único que le disgustó fue la pérdida del Whitworth, empantanado en las cercanías de Tuyutí. El general Bruguez, jefe valiente, artillero inteligente, se ofreció para ir a rescatar dicha pieza. López accedió y Bruguez con doce yuntas de bueyes y al frente de dos batallones, partió en busca de ella. La empresa era arriesgada, casi imposible, por la proximidad del enemigo. Así que llegaron los paraguayos se retiraron los brasileños, que en aquel mismo momento trataban de sacar la pieza.
El reducto enemigo que quedaba a un paso de distancia empezó a fusilar a los paraguayos, que, sin preocuparse de ello, trabajaron rápidamente, sacaron el cañón y se marcharon, sin que el enemigo se atreviera a salir a detenerlos.
En este asalto perecieron más de dos mil paraguayos, entre ellos el comandante Lezcano y los mayores Bullo y Olmedo.
Todos los jefes y oficiales fueron ascendidos, recibiendo, tanto estos como la tropa, una medalla de honor del mariscal...
Tuyutí es una de las gloriosas acciones que mejor aquilatan la intrepidez del soldado paraguayo.
Ella constituirá nuestro más legítimo orgullo, mientras sea nuestra alma la misma alma de aquellos varones incomparables, que en este día marcharon al sacrificio, como paladines armados de la causa de la democracia americana.
Tuyutí es una página de gloria que haremos leer a nuestros hijos, para que se sientan orgullosos de haber nacido en esta patria que aún existe, después de tantas desventuras, proclamando la gigante vitalidad de nuestra raza. Y es también el escudo que mañana habremos de desenterrar, para defendernos tras él, en las grandes luchas históricas, a que estamos llamados en el porvenir.
POMPEYO GONZÁLEZ – Noviembre, 3 de 1902.
Fuente:
ARTÍCULOS HISTÓRICOS SOBRE LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA
Artículos de JUAN E. O`LEARY
Compilación y nota introductoria de
SEBASTIÁN SCAVONE YEGROS
Dirección Editorial: Vidalia Sánchez
Edición al cuidado de RICARDO SCAVONE YEGROS
Diseño de tapa: Marta Giménez
Editorial Servilibro,
Asunción-Paraguay, 2008 (340 páginas).
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